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Luz Marina Chasoy: un legado ancestral al servicio de la comunidad

Por: webmasterlocal
Publicado el: Octubre 2019

A los corazones buenos todo les sale bien. Sin importar las situaciones, cada ser humano tiene una historia para contar. Hay historias como de novela, otras de terror y algunas más que no tienen momentos felices, por eso en el mundo vivimos rodeados de anécdotas que a veces nos hacen pensar que son más los finales tristes que los felices.
Existen historias como la de Luz Marina Chasoy Cuantindioy, una mujer de 35 años que nació en Bogotá por un azar del destino. Un designio de la vida que llevó a sus padres a un mundo de cemento que intimidaba con su frio y sus calles llenas de gente; cada quien con sus afanes y sus esfuerzos para sobrevivir.
Este relato nace cuando don Manuel Chasoy y su esposa Josefina Cuantindioy llegaron a Bogotá buscando refugio del desplazamiento violento que sufrió su comunidad indígena conocida como Los Ingas, oriunda del Valle Sibunoy del Putumayo. Un momento que marcó la existencia de la familia porque los obligó a salir de sus tierras y amenazaba su pasado ancestral y su cultura.
Ya instalados en la capital, trajeron al mundo a ‘Luz Ma’ como la llaman los amigos. Ella es la menor de cinco hermanos y creció en el centro de Bogotá, donde estudio en el colegio distrital Reino Unido de Suecia. Allí aprendió a leer e interactuar con otros niños. La situación familiar era compleja, pero nunca fue un impedimento para que a punta de trabajo y ganas de progresar, los Chasoy Cuantindioy se rebuscaran la vida comercializando medicinas tradicionales extractadas de plantas, las cuales según Luz Marina, recuperan a las personas de enfermedades.
También vendían manillas, aretes y mochilas que ofrecían en las calles del centro de Bogotá, más exactamente en la carrera décima con calle 12.
Sin embargo, sostener una familia extensa no era una tarea fácil. Por eso Luz Marina tomó la decisión de dejar sus estudios para apoyar a sus padres y hermanos. Según relata, una noche mientras intentaba dormir, la preocupación le hizo entender que la mejor forma de contribuir con la causa común era hacer lo que sus padres le habían inculcado desde muy niña: producir artesanías.  
Con determinación enfrentó la realidad. Pasaron cinco años en los que forjó su carácter y aprendió que el esfuerzo trae consigo una gran recompensa. En ese periodo conoció el amor, personificado en un miembro de su mismo cabildo indígena que se convertiría en el padre de sus hijos.  
El amor le trajo nuevos bríos, tanto así que tuvo su primer hijo y retomó sus estudios. Vinieron mejores días, eso sí, con el esfuerzo de siempre. Vinieron cuatro hijos más, que sacó adelante con duro trabajo y siguiendo con convicción el legado de los Ingas que está basado en tres principios: no robar, no ser perezoso y pensar bonito; valores que fueron los pilares para ser una mujer con metas bien definidas.
Cuando Luz Marina habla de su comunidad, comenta que siempre hubo tres hombres que le aportaron a su formación. El primero es el líder del cabildo; el segundo es el medico tradicional y el último su papa, quienes son reconocidos como taitas. Esta influencia le permitió empezar su crecimiento en el cabildo como autoridad tradicional al ser nombrada tesorera, un reto de inmensa responsabilidad.
Luego fue alguacil auxiliar, lo que le permitió hacer parte del gabinete de la comunidad. Su crecimiento al interior del cabildo fue paulatino hasta ser nombrada Alcalde Mayor y finalmente Gobernadora. Actualmente, sigue luchando por sus hijos, junto a su esposo en la localidad de Ciudad Bolívar, lugar donde residen.
Su formación académica también es una prioridad. Por eso, se prepara en el SENA donde busca ser técnica en primera infancia; actividad que alterna con su labor en el área de Participación de la Alcaldía Local de Ciudad Bolívar, donde desde la institucionalidad es  parte fundamental de la Mesa Local indígena de la localidad, conformada por 14 comunidades.
Luego de tantos años de perseverancia, Luz Marina pretende dejar un mensaje incrustado en la sociedad: “Ser indígena es la experiencia más bonita porque través de mi trabajo logro mostrar mi comunidad, la cual es invisible y poco reconocida en Bogotá. Esta sociedad machista debe conocer el trabajo de las mujeres sin importar si es indígena, campesina, negra o blanca, porque las mujeres somos capaces de muchas cosas sin importar nuestro lugar de origen.”, sentencia.