Era un sábado 14 de septiembre de 2019 y el pequeño carro de cargar mercado, pero en esta oportunidad atiborrado de libros, se balanceaba de un costado a otro, al ser arrastrado con fuerza y al pasar por los diferentes baches de la infraestructura vial y las condiciones naturales del terreno.
El objetivo era llegar hasta una casa, inicialmente sede de la Junta de Acción Comunal, y en donde en un cuarto con menos de diez metros cuadrados, ocupado por algunas mesas y un televisor que dormían ante el injustificable paso del tiempo, se pretendía convertir en un lugar de encuentro, de comunicación y participación.
La ‘locura’, era llegar hasta esa zona agreste, alejada de la vida urbana y rodeada por montañas, para llevarle a los niños, las niñas, los jóvenes y los adultos, el conocimiento a través de la lectura para poder entender más el mundo y todo lo que nos rodea.
Esas mesas y esos muros, son testigos de los primeros libros que empezaron a posarse en su interior, gracias a una pareja de jóvenes osados que creían en un sueño con puertas abiertas a la posibilidad de vivir y desarrollarse en medio de la naturaleza.
Esa zona con más de 300 hectáreas y un 3,15% de participación sobre el suelo rural de la Localidad de Ciudad Bolívar, colindante con las veredas Pasquillita, las Mercedes y Santa Bárbara y al sur con la Localidad de Usme y conocida como Vereda Santa Rosa, comenzaba a albergar a los humildes e ilustres visitantes.
Se trataba de Javier Orlando Gualteros y Yeimy Johana Suarez, pareja y habitantes de la localidad de Usme, quienes acompañados de amigos y compañeros de estudio se propusieron crear en este lugar un espacio que les permitiera a los más pequeños acceder a la lectura, pues la biblioteca más cercana les quedaba a más de una hora de distancia.
El con 33 años, bachiller y desertor de estudios en Gestión Bibliotecaria del SENA por sus dificultades de salud, pues desde niño lo acompaña una hidrocefalia-mielomeningocele, que se le agudizó; y ella con 40 años, licenciada en pedagogía infantil y docente auxiliar en la escuela El Hato en Usme, comenzó a hablar con personas de la ruralidad sobre el interés de una biblioteca, con la fortuna que conocieron a la señora Luz Marina Rodríguez, esposa del presidente de la junta de acción comunal de la vereda Santa Rosa de Ciudad Bolívar.
Doña Luz Marina, tras escuchar la propuesta, les abrió las puertas para comenzar a hacer realidad su nuevo proyecto de vida y desde hace 2 años cuando acompañados de sus amigos y compañeros llevaron los primeros libros, siguen cumpliendo con la sagrada tarea de alimentar la biblioteca para beneficio de los niños de Santa Rosa.
“Yo vivo en el barrio Chuniza de Usme, tomamos un bus que nos deja en la alcaldía de esa localidad y luego un carro que nos sube hasta la vereda Santa Rosa con un recorrido de aproximadamente una hora, más lo que nos toca caminar para llegar a nuestro destino” destaca Javier.
No olvida ese 14 de septiembre, desde cuándo comenzó a caminar por cerca de media hora desde la entrada de la vereda hasta el salón comunal. “Miramos ese hermoso paisaje y nos cautivó lo bonito de las personas que lo saludan a uno con los buenos días sumercé, algo que en la parte urbana no se ve. Tomamos fotos, respiramos aire limpio, estábamos lejos del ruido, sin internet, no hay señal de nada, pero no importa, mejor para uno, porque se llega a disfrutar a las personas, la vereda y a compartir el diario vivir”.
Gracias a su gusto por la lectura, la escritura y la labor de los bibliotecarios –especialmente los que conoció en la biblioteca del barrio La Marichuela donde asistía en forma permanente–, le nació las ganas de hacer lo mismo, lo que lo impulsó a aprender y a trabajar por la comunidad de la localidad vecina.
Ese primer día, dice Javier, “llegamos con los primeros libros, comenzamos a organizarlos por temas, poesía, cuento, matemáticas y sociales y recurrimos a los amigos y algunas fundaciones para que nos apoyaran en la consecución de textos.
Con el paso de los días la respuesta fue positiva, siendo así como recorrimos con nuestro carro del mercado, pero cargado de libros, localidades como Suba, Engativá, Usme, Kennedy, Candelaria y Usaquén, de donde los conocidos nos llamaban y a quienes les fuimos enviando fotografías como testimonio de nuestra labor.
Poco a poco se fueron copando los espacios y la misma Junta de Acción Comunal se dio cuenta de la bonita labor que adelantábamos, y nos proporcionaron un espacio 4 veces más grande y con la ayuda de mi padre, un obrero de construcción, comenzamos a fabricar unos estantes que nos permitieron acomodar todos los libros, pintamos y se pusieron los vidrios quedando el espacio muy bonito para el disfrute de los niños”.
Transcurridos 24 meses, la biblioteca comunitaria cuenta con más de 3.500 libros y atiende a cerca de 20 niños los días sábados a partir de las 9.00 a.m., y hasta las 2.00 p.m., con quienes comparten películas, juegos de mesa, lectura, talleres de origami, pintura y escritura, refuerzo escolar y de vez en cuando juegan fútbol entre grandes y chicos.
“Gracias a su encanto por la naturaleza y el amor por la comunidad, contamos con un grupo de profesionales que en forma voluntaria nos apoyan, como Andrea, Erika, Laura y 2 chicas que hacen sus pasantías, Sandra y Michel, quienes luego de conocer la vereda quedaron encantadas y disfrutan y comparten con los niños, niñas y sus padres, quienes las han recibido con mucho agrado.
Desde el primer día que llegué, con mi esposa veo ese hermoso verde, animalitos como las vacas y un perro que se llama Loqui quien siempre nos acompaña y que nos ha llevado a tomarle amor a la ruralidad.
Es algo maravilloso el sector rural, es un sueño que se me cumple totalmente y solo falta que mi esposa decida si nos vamos a vivir del todo a ese sector, pues yo lo hago sin pensarlo 2 veces”, concluyó este hombre que se ha empeñado con terquedad en esta causa que financia de su propio bolsillo y se alimenta también de la generosidad de quienes le donan libros en toda Bogotá.